SINDRA, La princesa llorona

En la lejana tierra de los príncipes y las princesas de Ben-huri, vivía un Rey malvado, cuya única hija era la princesa más llorona de todas las princesas de la tierra.

No se sabe si debido a la maldad del padre ella se hizo particularmente sensible o si su sensibilidad innata, irritaba tanto al padre que se volvió desagradable.

El asunto es que este Rey estaba tan cansado de ver lloriquear a su hija que la encerró en lo alto de una torre para no verla. Desde ese momento en adelante, la princesa llorona se entristeció todavía más, si se puede, y lloró tanto que pronto inundó la tierra con su mar de lágrimas.

En otra parte de Ben-huri, vivía un príncipe guerrero al que todos llamaban el hombre de hierro, por que nada lo asustaba. Él, estaba seguro, que el ser duro y fuerte era lo mejor, eso lo había librado en diversas batallas del filo de la muerte. Por lo que nadie se atrevía a contradecirlo nunca. Como siempre iba preparado para la lucha, nunca, ni durmiendo, se quitaba su armadura.

Pero ocurrió que cuando la tierra se inundó súbitamente con el mar de lágrimas de Sindra la princesa llorona, Asdrón el príncipe de hierro estaba durmiendo profundamente. Entre sueños, empezó a notar el frío y la humedad que velozmente se hicieron sentir, y al despertar se dio cuenta que se estaba hundiendo en el mar debido al peso de la armadura. Trató de nadar con la armadura puesta un buen rato, pero al ver que era imposible hacerla flotar, tuvo que quitársela.

Era como si al quitarse la armadura hubiese dejado de existir, se sintió como desnudo y sin protección, frágil y desvalido. Mientras tanto en la torre Sindra no podía dejar de llorar, nada la consolaba, de vez en cuando miraba por la ventana de la torre, como si mirando al horizonte sus lágrimas se fueran a parar, pero no era así, el horizonte estaba vacío.

Toda la gente en la tierra de Ben-hurí se cansaba de nadar y se dejaban llevar por la corriente, muchos incluso ni siquiera buscaban algo que flotara para sostenerse. Asdrón, sin embargo, era un hombre valiente que no se iba a dejar amedrentar por un simple mar de lágrimas, por lo que pensó que la mejor manera de evitar que el mar siguiera creciendo era buscando la fuente y cerrando el paso del agua o por lo menos, pensaba él, desviándola a otras tierras inhabitadas.

Así fue como Asdrón empezó a nadar a contra corriente olvidando que ya se había quitado su armadura y que su fortaleza no dependía de ella. Nadando hacía el castillo de Sindra, unas aves en los cielos comenzaron a hablarle diciéndole que la fuente era imposible de acortar. Pero él, bastante obstinado, no quiso hacerles caso y siguió adelante.

De todos modos ya no podía volver atrás, ¿volver? ¿Para ir a donde?, si todo estaba cubierto… El asunto es que el camino empezaba a hacerse pesado, llevaba muchas horas sin comer, y nadando sin parar, y aunque sus brazos eran fuertes como el hierro puro, también tenían sus límites.

Hubo un momento incluso en que se sintió desvanecer, y caer en un sueño profundo, del que parecía difícil que se pudiera despertar.

Entonces Sindra desde su ventana vio un objeto flotante a lo lejos, y se paro un segundo para suspirar, en ese segundo que pareció eterno la corriente dejó de presionar y Asdrón aún todavía dormido sintió que su cuerpo se relajaba, eso lo despertó y le dio fuerza para seguir nadando. A medida que se iba acercando al castillo, a Sindra le iban brillando los ojos, al principio con escepticismo y luego con anhelo.

Cuando Asdrón llegó al castillo y vio la fuente del mar, no se lo podía creer, como una princesa tan bonita podía llorar hasta inundar el mundo con sus lágrimas, se acercó a ella y le besó los ojos.

Desde ese día en adelante Sindra no volvió a llorar más, ni Asdrón a ponerse la armadura, de la cual por cierto ya se había olvidado. Y colorín, colorado este cuento está acabado.